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viernes, 29 de mayo de 2009

Eucaristia



Eucaristía




"Comed y bebed todos de él", dijo, y puso su cuerpo sobre la mesa: Lo que está pasando es simplemente increíble. Me tiemblan las manos. Sencillamente, no lo puedo creer. Los muros reprimen el impulso de arrojarse sobre mis espaldas y el lamento de una ocarina se expande en mi cabeza como el viento del desierto. El diablo es astuto y disfruta de momentos como éste, se despereza felino en mi estómago y trepa por mi garganta hasta quedar atorado allí, casi un grito, una espina. Para dominar el miedo, inhalo profundamente hasta llenar por completo los pulmones y luego cierro los ojos y contengo la respiración, (uno, dos, cinco, trece, veinte, …luego exhalo. Me siento enfermo, empapado en un sudor frío que precede al desmayo, a las náuseas.
-Tengo que irme-, me disculpo. Mi voz suena extraña entre las risas y el chocar de jarros. Una mano ancha y callosa me toma de un hombro, < ¿Adonde vas tan temprano? No te vayas, quédate a compartir la cena con nosotros> Simón me agrada, definitivamente es el mejor de nosotros. El más honesto, el más leal, siempre preocupado por mantenernos unidos, con su sonrisa franca y la mirada noble, Simón bebe a borbotones un vino oscuro y áspero que derrama sin cuidado sobre su tórax de pescador. , miento, . Una joven de tez muy blanca y cabellos negros hasta la cintura, de las que nos siguen para todas partes y nunca saldrán en pintura alguna, se cuelga de mí cuello, adormilada por el humo y el vino, hasta casi ahorcarme con su abrazo, ofreciéndose ella misma en pago por pecados que esta noche no estoy dispuesto a cometer.

No es noche de placeres para mí, sino de obligaciones.

Todos ríen, despreocupados y felices. Yo me apresuro inquieto, y siento como me engañan mis sentidos. Escucho ruido de metales y rebuznar de asnos a mí alrededor, pero sólo veo a Lucas, hablando con palabras que no alcanzo a entender, ilusiones sobre un mundo donde todos seamos iguales. Retrocedo y busco la salida. La luna de marzo se empecina en entrar por el único ventanuco abierto donde la luz se desliza como una serpiente ciega y herida de muerte. Cuesta respirar con tanto incienso y mirra, me siento aturdido, asqueado, intento no pisar a nadie cuando salgo, pero tropiezo con Esteban, que duerme le embriaguez de los justos, y acabo de cara al suelo, cómplice de mi propia vergüenza, besando sin quererlo hacer, el cuero de una sandalia que roza mí orgullo con un gesto de indolencia. Levanto la vista desde el piso y me encuentro con sus ojos, impenetrables ojos, dos piedras de obsidiana que reflejan los míos, como de agua, flotando en una nube irreverente de incienso y patchouli. Él sonríe divertido, seguro de si mismo, , recostado en el regazo de María, impecable y luminoso como un rey, alimentando a un perro de la calle con restos de cordero.

Lo amo tanto.

Lo amo tanto como le temo. Camino junto a él desde hace un año, cuando se acercó a mí, sediento y cansado, seguido por un par de pescadores y mendigos, y no dijo una palabra. Delgado como una vara, solo se sentó a mí lado, bajo la sombra del mismo parral donde yo estaba, y se quedó un largo rato callado, observando las hormigas arrastrar su pesada carga de troncos y hojas, como cavilando en futuras promesas que debería cumplir. Cuando se levantó, en silencio aún, apenas si murmuró, , y me fui con él, sin más. Aun lo sigo sin saber si le he sido útil de algún modo, y sin poder decir con exactitud cuál de los dos está más loco, si él con su confianza ciega o yo, que no la tengo ni espero tenerla nunca. Al otro extremo de la mesa, Juan me observa con una mirada que destila desconfianza, levanta la copa hasta su frente y me saluda, , y sé muy bien que es así. En la puerta, un grupo de mendigos se aprietan contra la puerta y estorban la salida. digo, sin dirigirme a nadie en particular, y tomo mi morral para salir de allí, abandonar ese lugar tan rápido como pueda.

Afuera me esperan.

Es tarde ya, y la noche se apresura en tomar decisiones que la mañana aguarda de manera impaciente. Me oculto entre las casa, huyendo hacia lo profundo de mi mismo. Perdiéndome en una maraña de dudas y certezas. Ellos no confían en mí, y los comprendo, nadie lo hace, mis amigos no lo hacen y mis enemigos tampoco, puedo verlo en sus ojos cuando me hablan, en sus rostros adustos, sinceros, en sus manos cerradas, tensas, hombres con cicatrices en la piel que llevan con orgullo la amistad, que defienden el honor, la moral, que se protegen ahora en las sombras de la noche, para evitar la claridad que obligue al brillo del metal, con las armas listas y la respiración alterada, con los escudos en alto, las rodillas flexionadas, la mirada atenta, soldados que esperan una señal para atacar, y que murmuran por lo bajo la suerte del poeta, la estupidez del hombre, la vanidad del santo.

Terminada la cena, los ánimos se dispersan. Un grupo pequeño de amigos deja la casa: no son más de diez, incluidas un par de mujeres que no alcanzo a reconocer y que a nadie importan. Me aseguro de ver que él se encuentre entre ellos. Los sigo de lejos, los observo con curiosidad, si no los conociera, diría que son un grupo de amigos regresando de una juerga, apoyándose los unos en los otros, lamiéndose las heridas, vencidos ya, sin haber presentado batalla, yendo hasta un huerto cercano a dormir, donde hasta hace poco tiempo solíamos reunirnos para acampar y pasar las noches, entre cansados y felices, soñando con los milagros que veríamos al nuevo día.
Hace frío y con muy poca fe, entre toses y humo de ramas de olivo demasiado tempranas para arder, Andrés intenta encender un fuego pobre y desganado, que apenas muerde con sus llamas la oscuridad de la noche. Los veo dormir y me estremezco, si el Sol tuviera conciencia de los planes divinos, quizás esta noche duraría para siempre…

La niebla se espesa y apuro el paso. Es tiempo de cambiar la historia. Una orden silbada por el oficial al mando y los guardias patean a la chusma buscando una respuesta. < ¿Dónde está?>, < ¿Quién es el que se llama a si mismo, Rey de los Judíos? Nadie responde. Nadie habla. Nadie intenta defenderse. No saben luchar. No comprenden que sucede, no hay espadas llameantes ni voces en el cielo. Tienen miedo, y con justa razón. Son corderos en un mundo de lobos, y es difícil creer que puedan sobrevivir una noche más. Me adelanto unos pasos, ahora sin dudas, ya acercándome al grupo, seguro del destino que me espera, cuando veo a alguien que se pone de pie y se proclama a si mismo, ¡Soy yo!, gritando su nombre a viva voz, y todos se detienen. En medio de los soldados, parece más alto que de costumbre, la túnica blanca de sal, las piernas delgadas de andar por piedras y caminos, las sandalias cubiertas de barro, los ojos limpios, las manos cansadas. La frente en alto y sin coronas, buscándome con la mirada, sabiendo que estoy allí, en algún lugar, oculto, hasta que me ve y se sonríe, seguro como siempre, perfecto como un sol, y sin dejar de mirarme, sin quitarme los ojos de encima, desenvaina su espada y de un golpe exacto y divino como él, corta la oreja del soldado que lo tenía sujeto. El grito del hombre se confunde con el mío, la sangre los baña ambos, Es la señal que tanto esperaba, el tomar las armas y luchar, dejar de ser corderos para ser hombres, entonces corro y me abalanzo hacia los soldados en un intento desesperado por detenerlos, por interponer mi cuerpo como escudo, pero no llego a tiempo. Once lanzas se me adelantan y lo atraviesan indefenso, con los brazos extendidas y las palmas abiertas, los ojos llenos de cielo, la sonrisa en el rostro, alcanzando la eternidad en un sordo vuelo ensangrentado.

Un segundo después, muere de pie, sostenido por el peso de su propio cuerpo contra el mío.

A su lado, Simón Pedro me mira y yo comprendo ahora, rendido ante la evidencia, que todo estaba previsto desde un principio. Recojo las treinta monedas del suelo, aplastado por el peso de mis lágrimas, y me acerco hasta él, tomo su cara entre mis manos y beso su mejilla en señal de respeto, y para cumplir además con un contrato que nunca debí aceptar…

En algún lugar del cielo, Padre e Hijo festejan y se dan la mano.