Derechos Reservados by G. Fogel

martes, 28 de octubre de 2008

A simple vista, el cielo no parece ser gran cosa...



Al entrar, un sillón hace de comedor, sala de estar, estudio y biblioteca. Una cocina pequeña y sin luz, el baño y una habitación sencilla. A simple vista, el paraíso no impresiona demasiado.
Como recién llego y vengo liviano de equipaje, busco en los cajones algo que ponerme, pero la ropa de moda son unas alas enormes que no pasan por la puerta. Me quedo así no más, sin alas. Además tengo hambre. Por suerte, la comida es parte del contrato y en la heladera hay de todo un poco. Elijo un espectacular sándwich de pollo y me acomodo en el sillón a ver tele. Tele no hay. Vamos mal. Con sed de bajar el pollo, voy hasta la cocina en busca de algo para beber y como por las dudas, giro la llave del grifo; obviamente no sale otra cosa que agua, ni siquiera mineral. Nada que ver con lo que yo esperaba...obviamente. Tomo del freezer un par de latas y regreso al sillón, y a falta de una peli para ver, esta vez en plan de biblioteca. Las latas no tienen marcas ni señal alguna de su contenido, así que rompo con todo dogma impuesto desde la infancia y vuelco primero el líquido en un vaso. Parece cerveza, tiene el color y el aroma de la cerveza, pero sabe a vino. Me pregunto porqué ¿Porqué es que contratan a gente sin experiencia para realizar este tipo de tareas? Al menos, sea lo que sea el líquido, está frío. Como es debido, bebo sin moderación alguna y repaso con el índice los cientos de libros que hay en la biblioteca. La misma da la vuelta a todo el comedor, repleta hasta el techo de libros altos y bajos, gordos y flacos, con tapas de cuero y letras doradas, todos con láminas a color, todos ellos finamente encuadernados y todos, absolutamente todos... en latín. El único ejemplar en castellano es una versión apócrifa de “El código Da’Vinci”. Realmente esto comienza a preocuparme. Sobre un tapete de hilo bordado, el teléfono tiene tono y me hostiga con la idea de llamar a alguien ¿Pero a quién? Marcela. 0223-475-3767. Marco el número y escucho, “El número solicitado no corresponde a un afiliado en servicio” Ok, tiene lógica. Pienso unos segundos, pero igual, nada. No conozco a nadie que pueda estar aquí, así que marco el 110 y escucho. “Gracias por comunicarse con nuestro servicio de atención al cliente, si conoce el nombre de la persona con la que quiere hablar, marque uno, caso contrario marque dos” Marco dos. “Si conoce la fecha de nacimiento de esta persona, marque uno, caso contrario marque dos” Dos. “Si conoce el sexo de la persona, marque uno, caso contrario marque dos” Mmm…Dos. “Si sabe de que quiere hablar con esa persona, marque uno, caso contrario marque dos” Dos. “Si usted quiere que“dos”de nuestros muchachos, vayan a explicarle un par de cosas sobre estar molestando a quien trabaja, marque uno, caso contr…” Colgué inmediatamente. Acá algo falla. Intranquilo, miro por la ventana que da a la calle. No veo pasar autos, ni motos, ni un perro siquiera. No se ve un alma. Digo ¿No estarán exagerando un poco? No esperaba encontrar a medio mundo… ¿Pero nadie? Me carcome la intriga ¿Existirán los feriados en el paraíso? Doy vueltas alrededor del sillón. Pienso. Más vueltas. Pienso y doy más vueltas aún y más pienso y más vueltas doy hasta que intento sostenerme pero me caigo. Estoy mareado.
Algo tengo que hacer. Ni siquiera sé la hora que es ¡Maldición!
Decido salir. Con precaución asomo un hombro y la cabeza por el marco de la puerta. El sol está alto, igual de alto que cuando llegué ¿Es posible? Una regadera automática mantiene el pasto húmedo y me moja los pies. El aire puro me despeja el ánimo. El cielo es azul, como en los cuentos. Arriesgo un par de pasos, un pequeño trote hasta el buzón de cartas y apoyo la espalda en el frío metal. El contacto es agradable. No llevo nada puesto, ni las alas. De a poco me distiendo y la sensación de caminar desnudo por la calle me carga las pilas. Es muy fuerte. Muy “cool”... Me vienen ganas de orinar y orino en la calle, parado de cara al sol, con los brazos en jarra y cantando ...“La tierra que te da la vida, da un tiempo para decidir, eligiendo inteligentemente, todo el mundo podrá ser feliz…” Genial. Varias ventanas se abren y algunas personas comienzan a acercarse. Un par de niños vuelan por ahí y un perro mordisquea su aureola sabor a Dogui. En verad parece de lo más contento y aunque cada vez entiendo menos, ya me voy distendiendo un poco... “Al final de cuentas es el paraíso”, pienso...Será cuestión de acostumbrarse.
Gustavo Fogel

jueves, 23 de octubre de 2008

Objetos de Texto

Algunas veces suceden cosas muy locas. Esta es una de ellas. Visto a la distancia, estuvo bueno. Gracias a todos los que fueron parte.

PD: Por si alguno le interesa, el librito anduvo por muchas manos, y por lo general, siempre me hizo quedar bien. Estoy pensando que ya es hora de hacerle un hermanito...

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Acá arriba estoy mejor

Gustavo Fogel
Marplatense clase 65. Narrador, poeta, músico, plástico, novelista, dibujante lineal y publicitario, artista digital (pinta con los dedos), animador de velorios, astronauta, degustador de panchos al paso, diseñador de bufandas con soquetes en desuso, planificador de viajes imposibles, inventor, maestro mayor de obras y catador de “suttien’s”,( un vicio asqueroso, a qué negarlo...) Además, aplica inyecciones, toma la presión y es padre orgulloso de Hanna y Sacha Fogel (La madre de los infantes se lo recuerda cada día)
Premios: 1° Premio de la SADE de Bs. As. El 2° Premio Julio Cortazar 2005, Mención en poesía del “RotaryClub2004”, 3° premio cuento SADE Escobar, Bs. As. 2005, 1° Mención cuento y poesía del Certamen J. Cortazar2004, y el 1° Premio Internacional JUNINPais en Narrativa. El presente trabajo es parte del libro de cuentos “Objetos de Texto” del mismo autor, promovido por el premio nacional de narrativa y mención de honor en la bienal Nacional de Libros de Cuentos 2006, y no sigo dándole porque va a ser más largo el currículo que el cuento.


Acá arriba estoy mejor
por Gustavo Fogel.



Desde acá las cosas no parecen tan difíciles. Las calles no son tan anchas ni vienen tantos autos de todas partes. La mochila del colegio es menos pesada y hasta esperar el colectivo es más divertido, te juro ¿Viste que el tío Omar dice que en la tele nunca dan nada? Eso no importa. Desde acá, las películas son todas buenísimas en todos los canales y nunca me importa si ya las dieron antes ¿Qué tal, eh? Además, cuando estoy en el patio de la abuela, si me estiro un poco, alcanzo las ciruelas más oscuras. Esas que están bien blanditas. Esas que son más ricas y las podes comer sin quitarles la cáscara. En la casa de Lucas también me pasa lo mismo, el perro que compraron, el negro, siempre que paso cerca me quiere morder, pero si estoy acá arriba, me mira con cara rara y mueve la cola ¡Es genial! Yo me di cuenta con la señorita Candela, esa que grita todo el día y tiene una voz de pito ¿Sí? Bueno, cuando me ve acá arriba, pone la voz toda dulce, así como de buena y dice ¿Qué tal Matías, como pasaste el fin de semana? Yo le saco la lengua y le hago “Fuck you” con el dedo, así… pero ella mira para otro lado y se hace la que no me ve, dice, “Matías es un chico muy inteligente” y otras cosas parecidas ¡Esta buenísimo esto!
Desde acá, también puedo ver todo sin que me tape nadie. Puedo ver cómo bailan los gauchos, a mí hermana que vende empanadas con la cara pintada de negra y a Colón cuando se encuentra con los indios. En navidad puedo ver lo más bien cuando los Reyes Magos le dan los regalos al niño Jesús. Todo.
A veces, cuando estoy en casa, quiero ir al kiosco de la esquina a comprarme algo, pero unos chicos rubios que están todo el día sentados en el cordón de la vereda te molestan cuando pasas, te piden que les compres cosas y todo el tiempo dicen “boludo” y otras malas palabras, por eso me gusta estar acá arriba, porque puedo ir y comprar todas las veces que quiera sin que me digan nada, y compro lo más tranquilo doce paquetes de figuritas y todo lo que sobra de chicles de menta.
Los domingos, cuando voy por el centro, veo a mucha gente paseando. Veo a chicos que lloran de la mano de su mamá y perros que andan sueltos sin sus dueños. También veo a muchos hombres que duermen en la entrada del cine o en la plaza y a señoras que piden en la puerta de la heladería. Yo no les tengo miedo porque son pobres, nada más, no te hacen nada, pero la loca de mí hermana dice que no los mire, que mejor preste atención al helado que se me va a caer. Yo no digo nada pero igual los miro, porque no me importa.
Yo no voy a ser pobre, voy a ser aviador ¿Sabías? En verano, en la playa, pasan aviones con carteles que vuelan re alto y helicópteros que pasan re-cerquita. También los días de mucho viento está muy bueno acá arriba porque suelto las manos y cierro los ojos para pensar que estoy volando. ¡Brrrrrrrmmmm! ¡Es re grosso! Yo voy a volar en un avión de guerra porque son los más rápidos y van más alto que los cometas, pero no le voy a tirar a nadie, en serio, nada más lo voy a manejar, así podré usar los lentes de sol y los guantes verdes sin dedos de la tía Vero
¿Sabés? Todo es mucho mejor desde acá. La gaseosa con pajita, los sándwiches de miga, las canciones, los partidos. Saltar las olas en la playa. Todo. ¡Hasta cuando me da asma se me pasa más rápido acá arriba! ¡De verdad! No te miento.
No me quiero ir nunca de acá arriba. Nunca.
Por eso, dale papá, juráme. Juráme que nunca me vas a bajar ¿Sí? ¿Me lo juras?

Juráme que toda la vida me vas a llevar a caballito sobre tus hombros.